No fue un cruce de fronteras "formal", pero sí un cruce de fronteras políticas, culturales y religiosas lo que nos llevo a Belén (o Bethlehem).
Tomamos un bus desde la estación árabe de Jerusalem. A medio camino, el autobús paró frente a un enorme muro de 8m de altura que separa Israel de los territorios palestinos o West Bank, así llamado por situarse en la orilla este del río Jordán. Para pasar de un lado a otro tuvimos que cruzar un checkpoint por el que cada día deben pasar miles de personas (en su mayoría palestinos) que viven de un lado y trabajan del otro. Para eso deben tener un permiso temporal otorgado por el estado israelí. Como teníamos pasaporte extranjero y pinta de turistas pasamos hacia el otro lado sin problemas.
En Belén la atracción turística principal es la iglesia de la Natividad, construida sobre el lugar donde nació Jesús y uno de los lugares más sagrados de la cristiandad.
Fue mandada a construir por Helena, la madre del emperador Constantino quien hizo del cristianismo la religión oficial del imperio romano. Este mandó a su madre a buscar los lugares santos en Palestina donde luego se erigirían iglesias tan importantes como esta o la del Santo Sepulcro. Entrar al lugar en el que se inició una de las religiones más extendidas en todo el mundo y ver las reacciones de los peregrinos fue una experiencia conmovedora. No por el lado espiritual, sino por lo simbólico del lugar en el que estábamos.
Al salir de la iglesia, y a diferencia de los otros tours organizados que vuelven a Jerusalem, nos adentramos en Belén, una importante ciudad árabe. Fue la primer sensación de estar en Medio Oriente. Eramos los únicos extranjeros paseando por la ciudad y la gente nos recibió muy cálidamente, dándonos la bienvenida, la mano (a Pau), e invitándonos a tomar té.
Vivimos un poco (muy poco) el conflicto del otro lado, y ese fue el segundo impacto del día (en la oficina turística de Belén te dan un folleto con la "Historia de la ocupación").
De vuelta a Jerusalem pudimos observar el otro lado del muro que está lleno de grafitis y pintadas.
El cruce del checkpoint fue más chocante que a la ida. Las medidas de seguridad eran tremendas, y superado el control, nos encontramos con una enorme cola de palestinos que volvían a sus casas después de un día de trabajo.
En toda la historia se han levantado muros que separan pueblos, ideologías, o formas de ver y de vivir en el mundo. Haber estado en los dos lados de una de esas construcciones hizo que nos fuéramos de ahí con sensaciones encontradas: por un lado la incomodidad (y en algún momento vergüenza) de estar del lado de los afortunados; y por el otro la suerte de estar de ese lado.
Una buena dosis de realidad.